La nueva normalidad impone un cambio rápido, impredecible, paradójico y entrelazado.

La disrupción de la nueva normalidad del trabajo nos sorprende transitando una “cuarta revolución industrial” en el marco de la “economía del conocimiento” y la “economía digital”.
En este contexto no alcanza con el acceso masivo al “conocimiento” acumulado, sino que la diferencia la hacen quienes pueden comprender ese cúmulo de antecedentes y obtener “sabiduría” predictiva de su explotación inteligente.
Valga como anécdota risueña la frase que se le atribuye al periodista británico Miles Beresford Kington, quien alguna vez mencionó que “conocimiento” es conocer que un tomate es una fruta, pero “sabiduría” es comprender que no por ello debemos incorporarlo a una ensalada de frutas.
Esta diferenciación simpática del tomate de Kington nos introduce a la diferencia entre saberes técnicos y las habilidades blandas y, por medio de ella, llegamos a la teoría de la inteligencia del psicólogo británico Raymond Bernard Cattell, según el cual hay dos factores que determinan la inteligencia, el primero es la inteligencia “cristalizada” y el segundo es la inteligencia “fluida”.
La inteligencia “cristalizada” son los conocimientos adquiridos y la capacidad de recordarlos para afrontar desafíos concretos y recurrentes. La inteligencia “fluida” es la capacidad de adaptarse, de deducir, de ver relaciones complejas y resolver problemas frente a problemas novedosos y abstractos (GERRIG y ZIMBARDO, 2005).
Cuando analicemos las habilidades requeridas para los empleos del futuro retomaremos esa diferencia entre la inteligencia cristalizada propia de los saberes técnicos (saber en qué categoría se clasifican los tomates) en contraposición a la inteligencia fluida a la que relacionaremos con las habilidades blandas.
En trabajos previos hemos expresado que estamos inmersos en un mundo VICA (Volátil, Incierto, Complejo y Ambiguo), sin embargo esa descripción hoy ya ha quedado obsoleta y, como describe mejor MAGELLAN HORTH (2019) actualmente transitamos un contexto RIPE: Rápido, Impredecible, Paradójico y Entrelazado (en inglés: RUPT).
En este contexto veloz, propio de la modernidad líquida (BAUMAN, 2000), el cambio es rápido y esa velocidad muchas veces nos puede inducir al apresuramiento si no la manejamos apropiadamente. He aquí que recobra vigencia la célebre frase atribuida a Napoleón Bonaparte: “vísteme despacio, que voy de prisa”.
Sumado a esa vorágine, reconocemos a nuestro actual contexto como impredecible y paradójico porque precariamente sabemos que algo está por suceder, pero no estamos seguros qué es lo que podría suceder si efectivamente sucediera. Es un doble no saber, que nos presenta un desafío intelectual enorme. Podemos analizar, crear estrategias y predecir el futuro, pero luego algo totalmente inesperado ocurre, desafiándonos por completo.
Un ejemplo claro es que antes de 2015 pocos, o ninguno, habrían afirmado que el Reino Unido dejaría de ser miembro de la Unión Europea (BREXIT). O menos hubieran imaginado en 2007 el cataclismo del sistema bancario norteamericano que derivó en la quiebra de la Lehman Brothers. Y, como es evidente, ninguno de nosotros, cuando planificábamos el presente, a fines del año pasado, nos hubiéramos imaginado el parate que significó el aislamiento y las medidas sanitarias adoptadas para contener la pandemia.
Esta vida líquida (BAUMAN, 2005) se caracteriza por la preocupación a que nos sorprendan desprevenidos, a no ser capaces de prever de donde viene un shock que se mueve a un ritmo vertiginoso e impredecible y, en consecuencia, vernos obligados a cargar con decisiones erróneas por no captar el momento en el cual se hace apremiante un replanteo.
El contexto RIPE está marcado por cambios sociológicos (estilos de vida, modelos de familia, cuestiones de género, fenómenos de urbanización y concentración en grandes aglomerados urbanos), tecnológicos (con la universalización de la digitalización en todos los ámbitos), económicos (con mercados ultra competitivos, guerras comerciales y constante cambio de pautas de juego), políticos (donde el contexto muta incesante y paradójicamente), ambientales (con creciente importancia de la sustentabilidad) y demográficos (crecimiento de expectativa de vida, caída de la tasa de nacimientos por mujer fértil, aumento de la población urbana). Todos estos cambios tendrán un gran impacto en el futuro del trabajo en la nueva normalidad y, en consecuencia, en la forma en que el Estado deberá articular la Seguridad Social para asegurar pisos mínimos de protección social para sus habitantes.
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Saludos a todos, Rodrigo
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