¿Civilización o barbarie?: Los impuestos son el precio que pagamos por la civilización

¿Civilización o barbarie?: Los impuestos son el precio que pagamos por la civilización

Si alguna vez escuchaste sobre la cátedra de "Sociedad y Estado" del Ciclo Básico Común (CBC) de la UBA, o te cruzaste con algún libro de Oscar Oszlak sobre el tema, tendrás presente la manera particular en la cual se formó el Estado argentino a diferencia de otras sociedades europeas. 

Oscar Oszlak en su libro "La formación del Estado argentino" se enfoca en cómo se construyó la sociedad argentina y, particularmente, analiza la relación entre nación y estado y su consecuente vínculo entre orden y progreso.

En cuanto a Nación y Estado, los fundadores del estado argentino buscaban una transición estable del orden colonial a un estado nacional no tanto para formar una unidad política más fuerte sino, principalmente, para evitar la disgregación fomentada por el caudillismo. 

En dicho dilema la centralización no era plenamente posible porque Buenos Aires no podía controlar todo el territorio del ex virreinato rioplatense. Por otra parte, el caudillismo se arrogaba la representación popular, obturando la práctica democrática. 

El aislamiento y el localismo provincial en condiciones de precariedad institucional, magros recursos y población escasa, impedían que las provincias se transformaran en estados soberanos. El otro factor era la vinculación del circuito económico con el puerto de Buenos Aires, que imponía una fuerte dependencia hacia el comercio exterior por parte del poco desarrollado mercado interno.

Por su parte, la idea de progreso implicaba regularizar el sistema productivo y económico del mercado interno para satisfacer al mercado internacional, por lo que hacía falta más población (mano de obra) y transporte de las mercancías (trenes hacia la aduana de Buenos Aires). 

A partir de la caída de Rosas y el comienzo de la segunda revolución industrial, la economía de exportación de materias primas creció considerablemente. Solamente a partir de una economía de mercado de exportación que pudiera desarrollar la productividad del mercado nacional se pudieron consolidar las perspectivas para la formación de un estado nacional. 

El “orden” era la condición que posibilitaría el progreso, por lo que era necesario imponer una nueva forma de organización social en todo el territorio en conformidad con el nuevo sistema de producción, sus relaciones y fuerzas productivas. 

El orden posibilitaría el progreso, y el progreso impulsaría la economía, por lo cual el orden excluiría a todos aquellos elementos que pudieran obstaculizar el progreso.

Y aquí entra en juego el llamado "dominio institucional del Estado". 

El triunfo de Buenos Aires sobre Pavón confirmó la hegemonía capitalina sobre el resto del territorio, por lo que el gobierno de Mitre desplegó un amplio abanico de actividades (medidas coercitivas sobre todo) que fueron afianzando el dominio institucional del estado.

Así las nuevas instituciones nacionales se constituyeron como un proceso de expropiación social que convertía los intereses comunes en interés general.

Esta expropiación implicó convertir lo “local-privado” en “nacional-público”, creando la posibilidad de concentrar el poder y proporcionando recursos propios al estado nacional.

Hoy se vuelven a escuchar discursos continuadores de la máxima dictatorial de "Achicar el Estado es agrandar la Nación" que parecen ignorar los procesos históricos de conformación institucional de nuestro país.

Esta preocupante ignorancia sobre los elementos básicos del proceso de construcción de la Nación argentina no comprende que la Argentina no es el producto de la unificación de reinos y ducados que convergieron en los Estados, como sucedió en los estados europeos actuales.

A diferencia de los países europeos que reconocen una Nación común que dio nacimiento a los Estados modernos, en estas latitudes el Estado surge luego de las guerras interiores y como cierre de una organización nacional incipiente.

Y la Nación Argentina es un concepto aún en construcción que nace de un período que comienza con la Convención Constituyente de 1853 y se consolida con la promulgación de la Ley 1029 el 20 de setiembre de 1880 que federaliza Buenos Aires (la inscripción que figura en la cara oeste del Obelisco). En ese período se establecen el actual régimen representativo, republicano y federal con sus instituciones, poderes y contrapesos.

La transmutación de las Provincias Unidas del Río de la Plata en el Estado Argentino no habría sido posible sin el régimen jurídico y económico que sugirió Juan Bautista Alberdi en sus "Bases" y plasmaron los convencionales en la Constitución Nacional.

Dicho régimen jurídico y económico no habría sido posible sin la nacionalización de la Aduana porteña, principal motor de la integración a los mercados globales en el incipiente siglo XX.

En los orígenes de la organización nacional, el Estado federal solventó su presupuesto con el producido de los derechos de importación y exportación (o derechos aduaneros), la venta y locación de tierras fiscales, las rentas del Correo y los empréstitos y operaciones de crédito (préstamos con entidades extranjeras como la banca Baring Brothers).

Sería sesgado decir que dicha integración la hizo el libre mercado porque implicaría desconocer el rol de conducción y regulación que asumió el Estado en sus esfuerzos iniciales de unificación política y territorial.

Sin el Estado moderno construido por la generación del '80 hoy no tendríamos Nación. Recordemos que en 1886 el presidente Miguel Juárez Celman tuvo que afrontar un persistente déficit de la balanza de pagos. Su ministro de Hacienda, Rufino Varela, vendió 24.000 leguas de tierras fiscales, concesionó los ferrocarriles nacionales, tuvo que utilizar reservas para calmar al mercado, pero una vorágine de especulación financiera llevó el endeudamiento externo a niveles exorbitantes y los intereses de la deuda externa llegaron a absorber el 60% del Producto Interno Bruto (PIB).

Luego de estallar la “Revolución del Parque” el 26 de Julio de 1890, Juárez Celman renunció a la presidencia en un contexto de crisis social y económica, asumiendo su vice-presidente, Carlos Pellegrini.

Pellegrini tuvo que enfrentar dicha crisis económica y, al encontrar insuficientes los ingresos tradicionales, envió al Congreso un proyecto de ley que creaba los primeros impuestos federales a recaudarse internamente sobre determinadas actividades económicas (elaboración de alcohol, cerveza y fósforos).

Para hacerlo se apoyó en el artículo 4° de la Constitución Nacional, el cual define que el Gobierno federal provee a los gastos de la Nación con los fondos del Tesoro nacional formado, entre otros ingresos públicos, con las contribuciones que equitativa y proporcionalmente a la población imponga el Congreso (los tributos).

En el contexto actual los tributos se han convertido en el método constitucional preferido por el Estado para pagar las funciones gubernamentales y asegurar el bienestar general. 

La aportación equitativa de la ciudadanía a solventar las erogaciones públicas surge del mencionado artículo 4° de la Constitución Nacional y se reafirma cuando el artículo 16 sostiene que la igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas.

Sostener que el Estado le "roba" a la ciudadanía con el cobro de impuestos es desconocer, además de la Constitución Nacional, otras normas de rango constitucional como la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre.

El artículo XXXVI de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (norma de rango constitucional según el inciso 22 del artículo 75 de la Constitución Nacional) establece que toda persona tiene el deber de pagar los impuestos establecidos por la ley para el sostenimiento de los servicios públicos.

Parece mentira que a 170 años de las definiciones de Alberdi tengamos que volver a elegir entre civilización o disgregación. Más recientemente, pero hace más de 100 años, Oliver Wendell Holmes, Jr., juez de la Corte Suprema de Estados Unidos pronunció una frase que hoy corona el frente del edificio de la agencia tributaria norteamericana. Su pensamiento fue: "Los impuestos son lo que pagamos por una sociedad civilizada. Me gusta pagar impuestos. Con ellos compro civilización.

Esta cita centenaria clausura potencial debate sobre los impuestos como una contribución necesaria para el funcionamiento de una sociedad civilizada.

Te invito a profundizar estas ideas en la Serie "Administración Tributaria del Siglo XXI":

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